Hubo un tiempo en que el venerable Anuruddha se estaba quedando en un bosque en las tierras de Kosala. Entonces, cierta deva de la compañía de los Treinta y Tres llamada Jālinī había sido compañera de Anuruddha en una vida anterior. Se acercó a Anuruddha y recitó estos versos:
«¡Pon tu corazón allí,
donde solías vivir,
entre los devas de los Treinta y Tres,
cuyos deseos se conceden!
¡Al frente de un séquito
de doncellas divinas, brillarás!»
«Las doncellas divinas están en un estado lamentable,
atrapadas en su propia personalidad.
Y esos seres también están en un estado lamentable,
porque están apegados a las doncellas divinas».
Anuruddha dijo:
«¡No conocen el placer quienes
no ven el Jardín de las Delicias!
¡Es la morada de los devas señoriales,
la gloriosa hueste de los Treinta y Tres!».
Le contestó:
«Necio, ¿no comprendes el dicho de los Dignos:
todas los fenómenos condicionados son perecederos,
su naturaleza es surgir y cesar, habiendo surgido, cesan,
su cesar es la auténtica felicidad?
Tejedora de la telaraña,
ahora no hay vidas futuras en las huestes de devas,
se acabó el transmigrar a través de los nacimientos,
ya no hay más existencia».