Esto he oído.
En cierto momento, el Buddha se encontraba cerca de Sāvatthī en la arboleda de Jeta, en el monasterio de Anāthapiṇḍika.
Entonces el venerable Rāhula se acercó al Buddha, se inclinó, se sentó a un lado y le dijo:
—Señor, que el Buddha me imparta la Enseñanza brevemente. Cuando la escuche, viviré solo, recogido, diligente, entusiasta y resuelto.
—¿Qué piensas, Rāhula? ¿Es el ojo imperecedero o perecedero?
—Es perecedero, Maestro.
—Pero si es perecedero, ¿es agradable o desagradable?
—Desagradable, Maestro.
—Pero si es algo perecedero, es desagradable y efímero, ¿es apropiado que se le considera así: «esto es mío, yo soy esto, sobre esto tengo control»?
—No, señor.
—¿El oído es imperecedero o perecedero?
—Es perecedero, Maestro.
—¿La nariz es imperecedera o perecedera?
—Es perecedera, Maestro.
—¿La lengua es imperecedera o perecedera?
—Es perecedera, Maestro.
—¿El cuerpo es imperecedero o perecedero?
—Es perecedero, Maestro.
—¿Es el intelecto imperecedero o perecedero?
—Es perecedero, Maestro.
—Pero si es perecedero, ¿es agradable o desagradable?
—Desagradable, Maestro.
—Pero si es algo perecedero, es desagradable y efímero, ¿es apropiado que se le considera así: «esto es mío, yo soy esto, sobre esto tengo control»?
—No, señor.
—Al ver esto, un discípulo de los nobles instruido se desilusiona con los ojos, con el oído, con la nariz, con la lengua, con el cuerpo y con el intelecto. Al estar desilusionado, el ansia se desvanece. Cuando el ansia se desvanece, se libera. Cuando está liberado, sabe que está liberado.
Entiende: «El renacimiento ha terminado, la vida de renuncia se ha completado, lo que tenía que hacerse se ha hecho, no hay retorno a ningún estado de existencia».
(Los diez discursos de esta serie deben tratarse de la misma manera).