Hubo un tiempo en que el venerable Mahākaccāna se alojaba cerca de Madhurā, en la arboleda de Gunda.
Entonces, el brahmín Kandarāyana se acercó a Mahākaccāna e intercambió saludos con él… Se sentó a un lado y le dijo a Mahākaccāna:
—He oído, maestro Kaccāna, que el asceta Kaccāna no se inclina ante los brahmines mayores, viejos y ancianos, de edad avanzada, que han alcanzado la etapa final de la vida; ni se levanta en su presencia ni les ofrece un asiento. Y este es de hecho el caso, porque el asceta Kaccāna no se inclina ante los brahmines mayores, viejos y ancianos, de edad avanzada y que han alcanzado la etapa final de la vida; ni se levanta en su presencia ni les ofrece un asiento. Esto no es apropiado, Maestro Kaccāna.
—Existe la etapa de un anciano y la etapa de la juventud según lo explica el Bendito, que conoce y ve, el Digno, el Buddha plenamente despierto. Si un anciano, aunque tenga ochenta, noventa o cien años, todavía vive en medio de los placeres sensoriales, disfrutándolos, consumido por los pensamientos sobre ellos, enfebrecido por ellos y ansiosamente buscando más, se le considera como un niño, no un anciano. Si un muchacho, un joven de pelo negro, bendecido con la juventud, en la flor de la vida, no vive en medio de los placeres sensoriales, disfrutándolos, consumido por los pensamientos sobre ellos, enfebrecido por ellos y buscando ansiosamente más, se le considera anciano y sabio.
Cuando se dijo esto, el brahmín Kandarāyana se levantó de su asiento, se colocó la túnica sobre un hombro y se inclinó con la cabeza a los pies de los bhikkhus jóvenes, diciendo:
—Eres tú quien es mayor. Tienes lo básico para los ancianos. Yo soy el joven. Yo soy el que tiene lo básico para los jóvenes. ¡Excelente, maestro Kaccāna! Desde este día en adelante, que el Maestro Kaccāna me recuerde como un seguidor laico que ha buscado refugio de por vida.