En cierta ocasión, el Buddha se encontraba cerca de Sāvatthī en la arboleda de Jeta, el monasterio de Anāthapiṇḍika.
Más tarde, a altas horas de la noche, el glorioso deva Hatthaka, iluminando todo el bosque de Jeta, se acercó al Buddha. Pensando, «Me pondré en pie ante el Buddha», se hundió y se derritió, y no pudo quedarse quieto. Igual que cuando se vierte manteca o aceite sobre arena, se hunde y se derrite y no puede permanecer estable.
Entonces el Buddha le dijo a Hatthaka:
—Hatthaka, manifiéstate en una forma de vida sólida.
—Sí, señor —respondió Hatthaka. Se manifestó en una forma de vida sólida, se inclinó ante el Buddha y se hizo a un lado.
El Buddha le dijo:
—Hatthaka, me pregunto si todavía practicas ahora las enseñanzas que practicaste cuando eras un ser humano.
—Todavía practico ahora las enseñanzas que practiqué como ser humano. Y también practico enseñanzas que no practiqué como ser humano. Así como el Buddha vive estos días atestado de bhikkhus, bhikkhunīs, laicos y laicas, por los gobernantes y sus ministros, y los maestros de otros caminos y sus discípulos, también vivo atestado de devas. Los devas vienen de lejos y piensan: «Escucharemos la Enseñanza en presencia de Hatthaka». Señor, fallecí sin tener suficiente de tres cosas.
—¿Qué tres cosas?
—Ver al Buddha, escuchar la verdadera Enseñanza, y servir al Saṅgha. Fallecí sin tener suficiente de estas tres cosas.
Nunca tuve suficiente
de ver al Buddha,
de servir al Saṅgha
o de escuchar la Enseñanza.
Entrenando en la ética superior, amando escuchar la verdadera Enseñanza, Hatthaka ha ido al reino de Aviha sin obtener suficiente de estas tres cosas.