Hubo un tiempo en que el Buddha se encontraba cerca de Benarés, en el parque de ciervos de Isipatana. Entonces su seguidor laico Dhammadinnā, junto con quinientos seguidores laicos, se acercó al Buddha, se inclinó, se sentó a un lado y le dijo:
—Que el Buddha, por favor, nos aconseje e instruya. Será para nuestro bienestar y felicidad duraderos.
—Entonces, Dhammadinnā, debéis entrenar así: «Estudiaremos las instrucciones dadas por el Tathāgata que son profundas, extensas, trascendentes, que tratan acerca de Nibbāna». Así es como debéis entrenar.
—Señor, vivimos en casa con nuestros hijos, usamos sándalo importado de la ciudad de Kāsi, empleamos guirnaldas, perfumes y maquillaje, y aceptamos oro y dinero. No es fácil para nosotros estudiar las instrucciones dadas por el Tathāgata que son profundas, extensas, trascendentes, que tratan acerca de Nibbāna.
Dado que estamos establecidos en las cinco reglas de entrenamiento, enséñenos más.
—Entonces, Dhammadinnā, debéis entrenar así: «Tendremos una fe inquebrantable en el Buddha, en la Enseñanza y en el Saṅgha… Y tendremos la conducta ética amada por los nobles… que conduce a la contemplación». Así es como debéis entrenar.
—Señor, estos cuatro factores de entrada a la corriente que fueron enseñados por el Buddha se encuentran en nosotros y los encarnamos. Porque tenemos una fe inquebrantable en el Buddha, en la Enseñanza y en el Saṅgha… Y tenemos la conducta ética amada por los nobles… que conduce a la contemplación.
—¡Eres afortunado, Dhammadinnā, muy afortunado! Todos vosotros habéis declarado el fruto de la entrada en la corriente.