AN 3.32: Con Ānanda

Entonces el venerable Ānanda se acercó al Buddha, se inclinó, se sentó a un lado y le dijo al Buddha:

—¿Podría ser, señor, que un bhikkhu pudiera alcanzar un estado de contemplación tal en el que no haya personificación, posesividad ni tendencia a la vanidad en relación a este cuerpo vivo? ¿Y que no haya personificación, posesividad ni tendencia a la vanidad en relación a todas las apariencias externas? ¿Y que viva habiendo alcanzado la liberación de la conciencia y la liberación mediante la episteme, donde la personificación, la posesividad y la tendencia subyacente a la vanidad ya no existan?

—Puede ser, Ānanda, que un bhikkhu alcance un estado de contemplación tal que no tenga personificación, posesividad ni tendencia a la vanidad respecto a este cuerpo vivo y que no haya personificación, posesividad ni tendencia a la vanidad en relación a todas las apariencias externas, y que viva habiendo alcanzado la liberación de la conciencia y la liberación mediante la episteme, donde la personificación, la posesividad y la tendencia subyacente a la vanidad ya no existan.

—¿Pero cómo puede ser esto, señor?

—Ānanda, es cuando un bhikkhu piensa: «Esto es pacífico, esto es sublime», es decir, el apaciguamiento de todas las actividades, el abandono de todos los aferramientos, el fin del deseo, el desvanecimiento, el cese, el Nibbāna.

Así es como, Ānanda, un bhikkhu alcanza un estado de contemplación tal que no tenga personificación, posesividad ni tendencia a la vanidad respecto a este cuerpo vivo y que no hay personificación, posesividad ni tendencia a la vanidad en relación a todas las apariencias externas, y vive habiendo alcanzado la liberación de la conciencia y la liberación mediante la episteme, donde la personificación, la posesividad y la tendencia subyacente a la vanidad ya no existen.

Y Ānanda, esto es a lo que me refería en «El camino al más allá», en «Las preguntas de Puṇṇaka» cuando dije: «Habiendo examinado el mundo alto y bajo, nada en el mundo los conmueve. Tranquilos, despejados, serenos, sin necesidad de esperanza, declaro que han superado el nacimiento y la vejez».

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